La última sesión con mi psicóloga fue un diálogo entre sordos, algo de no creer. Con expectativas renovadas necesité verlo a mi terapeuta gestáltico, en busca del otro enfoque y pasar del pensamiento a la acción.
Una vez descalzado, y reclinado sobre unos almohadones con bordados de elefantes dorados, le comenté:
- Quiero dejar a mi psicóloga, pero no puedo. No sé cómo decírselo. Es más, no sé qué es más difícil, si dejar a una chica con la que uno sale o la psicóloga. ¿Cómo hago? Se me ocurrió esperar que llegue el mes de enero, decirle que me voy de vacaciones, pero no avisarle cuando regreso.
- Contame un poco más los inicios de tu relación con la psicóloga. ¿Cómo se desarrollaban esas primeras sesiones que hicieron que continuaras?
- Al principio no hablábamos, nos quedábamos callados 25 minutos.
- ¿Y el resto?
- No había resto. Como no sabía qué decirle me rajaba antes.
- ¿Y después cómo evolucionó todo?
- En las sesiones siguientes yo hablaba un poco más, pero tampoco llegaba a cubrir todo el tiempo de la sesión.
- ¿Y el resto?
- Le preguntaba sobre ella.
- ¿Y qué pasa ahora?
- Ahora la noto mejor.
Se quedó meditando unos segundos y luego me dijo:
- Hay personas que se aferran tanto a las cosas, a ciertas relaciones, a sus rutinas... buenas o malas, que luego no pueden desprenderse. Ahora vamos a hacer un ejercicio.
Sacó de una caja de mimbre marrón dos bochas de plastilina, una verde y otra azul. Me pidió que haga algún objeto y que me tomara el tiempo necesario hasta que quedara yo conforme. Luego de maniobrar unos minutos con mis torpes manos, pero con una dedicación y concentración inusitada, le presenté una casa de plastilina con todos los detalles que ésta pudiera tener.
- ¿Te gusta? -Me preguntó-.
- Creo que sí, le puse dedicación.
- Ahora tirala a la basura.
- ¿Qué? No, no quiero. Es algo que hice yo, invertí mi tiempo en eso.
- A veces esa inversión de tiempo y dedicación, es lo que hace que a uno le cueste desprenderse de ciertas cosas, aunque no le hagan bien del todo.
Luego me pidió que me ubicara en un punto fijo dentro de la sala y que visualice en mí al Andrés que yo desearía ser y que piense qué consejo le diría éste al Andrés que soy, que estaría ubicado en otro punto de la sala.
´Andrés que deseo ser´: - No sé, le diría que no tenga miedo de vivir, que sea feliz...
- A mí no me lo digas, decíselo al andrés que tenés ahí en frente -me corrigió el terapeuta, señalándome un punto en el espacio delimitado por un almohadón-.
´Andrés que deseo ser´: - Hacé como yo, disfrutá la vida, atrevete a todo, no pidas permisos internos para tomar decisiones y que no te de miedo ser feliz. Desprendete de tus culpas y no te aferres a las cosas que no te hacen bien, es fácil, se puede, yo lo logré. Cambiá!
- Buen trabajo -me dijo el terapeuta-. Ahora tirá a la basura y con fuerza a esa casita de plastilina que hiciste.
Yo tiré la casita de plastilina a un tacho de basura, tal como me lo pidió.
- Bien! ¿Qué siente en este momento el otro andrés, el de las dificultades?
- Me siento mejor, como que no es tan difícil cambiar y desprenderse de lo que a uno le pesa. Es una cuestión de actitud. Creo que cambié mi forma de pensar las cosas y ver la vida. Es como que me siento otro, me siento nuevo.
- Es lógico. Esta terapia es así, se buscan soluciones. ¿Tenés $90 justo? Porque sólo tengo un billete de $10 y no quiero quedarme sin cambio.
- No, tengo $100.
- Qué lástima, voy a ver después cómo me arreglo. Te veo la semana que viene.
- Te quería pedir una cosa antes de irme.
- Sí, decime.
- ¿Me podrías devolver mi casita de plastilina?
5 comentarios:
CLARIN *****
No solamente son historias creibles sino que el modo de redacción atrapa al lector hasta el último momento. Recomendado.
LA NACION *****
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me dieron ganas de platilina!!
Hernan: Para tanto???
Qué recuerdos con la plastilina. ¿Y la famosa “Crealina”? ¿Quién no hizo un soso cenicero con “Crealina”? El gestáltico es un capo. Apostaría que es pariente lejano o “gomía” del encargado de la playa de estacionamiento…
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